martes, 26 de abril de 2011

La sombra del baobab


I

Tom vio la gigantesca silueta del baobab e imaginó que sería un buen refugio, eso le dio esperanza. Estaba malherido y le costaba trabajo respirar, pero podía lograrlo. «Maldita suerte —masculló— y maldito hoyo que me hizo volcar con el jeep.»
Cuando llegó al árbol miró alrededor y se le heló la sangre: a cuarenta o cincuenta metros, entre la hierba, un gran macho de león se dirigía hacia él.
«Que Dios me ayude —pensó, mientras sacaba un revolver.»
Luego sintió que se le aflojaban las piernas y cayó como un fardo.

II

El león necesitaba comer, la pelea con dos jóvenes machos le había dejado exhausto, lleno de heridas, incapaz para la caza y apenas para desplazarse. El hombre recostado en el baobab parecía presa fácil; recordó las vacas del poblado negro.
Intentó un último esfuerzo y caminó unos metros más. A veinte, o tal vez a quince metros del árbol, se le nubló la vista, se tambaleó y jadeando se derrumbó en el suelo. Lo último que vio antes de cerrar los ojos fueron las siluetas de dos hombres, altos como torres y negros como la noche.

III

Dos guerreros masáis habían salido de su poblado con una doble misión: acabar con el león que mataba las vacas y capturar al hombre blanco. Durante la noche, el falso cazador, había robado los diamantes del Laibón de la tribu y, sin ellos, el poblado quedaba a merced de los espíritus. Tenían que recuperarlos a toda costa.
En la sabana, los guerreros masáis vieron a lo lejos un grupo de buitres; al llegar, a unos metros del árbol, descubrieron un león moribundo. Muy cerca, el hombre blanco ladrón yacía muerto junto al tronco.
Los masais, después de recuperar los diamantes, rezaron a los espíritus. Luego, dieron las gracias a los dioses y descansaron tranquilos bajo la sombra del baobab.

Ovidio del Moral Holguín

jueves, 14 de abril de 2011

11-M - Tren de cercanías

Hacía varios meses que todas las mañanas nos encontrábamos en el mismo lugar y a la misma hora. Nos mirábamos en silencio pero ninguno daba el paso que nos gustaría. Luego cada uno ocupaba su lugar en el tren, con miradas furtivas se nos pasaba el viaje. Nos separaban tres hileras de asientos, siempre tres. Sentados en el mismo lugar y frente a frente.
Ayer era el día señalado; cumplía dieciocho años, y quería tener esa edad para decirte lo mucho que me gustabas. Yo creo que ya lo sabías, por eso sonreías burlona cuando me descubrías atontado mirando tus largas piernas, que constantemente cambiabas de posición. Por eso vestías esas camisas transparentes que mostraban tus encantos en un continuo eclipse de sol, donde tus pechos eran las más maravillosas partículas del universo que me alegraban cada mañana.
Todo eso lo sabias tú, estoy seguro de que más de una vez me llamaste cobarde por comerte con los ojos y no decirte nada. ¡Que le vamos hacer!
Pero ayer lo tenía decidido: sería mi gran día me arriesgaba a recibir un “no” como respuesta, pero merecía la pena intentarlo. Basta ya de mirar. ¡Tengo dieciocho años ya soy un hombre! Por cierto tengo una duda. ¿Por qué nos miráis las mujeres a los hombres? ¿Qué os gusta de nosotros?
Yo te miro y, ¿sabes?  De ti me gusta todo. Tu cara, tu lunar junto ala boca, (por eso te llamo Cindy) Tus caderas, tus ojos, todo.
Como te digo ayer iba a por ti, estoy seguro de que me esperabas, apostaría a que me encontraste más decidido que de costumbre. Al menos yo me sentía así.
En mi asiento de todos los días separado del tuyo por esas tres míticas hileras, yo cerraba los ojos y te imaginaba a mi lado, miraba tu cuerpo a través de tu camisa y con dedos temblorosos de principiante te la desabrochaba. Un botón, otro botón.
Abro los ojos y te veo en tu lugar de siempre, me sonríes, te devuelvo la mirada y pienso.
Está decidido contaré hasta tres y me acercaré a tu lado, te miraré a los ojos y te pediré que seas  mi novia. Que te cases conmigo. Uno...dos...

¡¡BOOOMM!!  ¡¡BOOOMM!!
De golpe el universo se estrelló contra el suelo aplastándolo todo. El tren voló por los aires y la sangre como una lluvia infernal cae sobre nosotros.
Cuando puedo abrir los ojos tu ya no estás ahí, ¿dónde está el asiento de la tercera fila? Arde todo, se oyen gritos, llantos. Hay un fuerte olor a carne quemada. La muerte flota en el aire y tú ya no estás, ¿que fue de ti?
Estoy herido pero consciente, tengo sobre mi cabeza asientos y chapas del tren, hierros retorcidos. A mi lado una mano y unos pies sin dueño.
Puedo moverme y miró al exterior. Desde esta jaula de muerte te veo, estás inmóvil en medio de las vías. ¡Dios mío tus piernas! ¿Dónde están, que te han hecho?
No puede ser, no puede ser, ¡si hace un minuto estabas ahí sonriéndome! Miro tu cara, la sangre lo baña todo y se mete en tu boca. Tu cuerpo es como un muñeco de trapo roto. ¡Dios mío, te han matado! ¡Me han matado! Nos mataron la vida y la ilusión, mataron a los muertos y a los que estamos vivos.
Ayer unas manos asesinas vistieron de luto el sol. Ayer alguien me trajo a este hospital pero no sé nada de ti.
Nunca podré decirte que te quería, que era feliz sólo con verte. Cierro los ojos y me pregunto: ¿Adónde te llevarían a ti? ¿Adónde te llevarían?
Ayer cumplí dieciocho años, y he muerto. Ayer, ayer, que alguien lo quite del calendario.

Pido un calmante: Enfermera, mejor un frasco completo, no se preocupe si me muero, ya estoy muerto. Me lo tomaré completo; luego, mientras mi cuerpo se sumerge en el sueño pensaré en ti. En tus ojos, en tu cara, y te desabrocharé la camisa.
Un botón, otro botón, otro -bo-tón.

José Ramón López Goyos
(Accésit en Grandas de Salime -Asturias-, Mayo de 2007)

¿Qué esperabas?

Sus prisas, aunque disimuladas, mostraban las ganas que ambos sentían. Él caminaba unos pasos detrás de ella, observando el meneo de aquellas sugerentes caderas. Ella delante, coqueta y femenina sonreía sabiéndose deseada. Al divisar la biblioteca pública ambos sonrieron. Entrarían y al fin allí lo harían.
Una vez dentro, al observar el indicador de “aseos” entraron casi corriendo. Cuando aún la puerta no se había cerrado del todo, ella comenzó a levantar la falda y bajar las bragas.  Él a desabrocharse los pantalones.
Eran tantas las ganas.
Los siguientes minutos fueron de un placer intenso. Tan intenso que los dejó felices y relajados para un buen rato. Cuando abandonaron juntos la biblioteca, los dos estaban convencidos de una cosa.
Que no hay nada más placentero, que mear y vaciar la vejiga, cuando está a punto de reventar.

José Ramón Lopez Goyos
(3º Premio en el Certamen de Cuentos Brevísimos de Herencia (Ciudad Real). Abril de 2006)

Primera entrada

Hola, esta es mi 1ª entrada. Bueno tengo dos en la cabeza, una a cada lado, que ya están ahí desde hace tiempo pero esta es más importante. A decir verdad ha habido también en mi vida otras entradas más importantes que esas dos. Algunas de ellas las guardo en un álbum.

Pero hablemos de ésta, porque es..., no sé, distinta. Tiene la magia de esas primeras veces y qué se yo si algo de suspense. No me refiero a la salida, que parece poco conflictiva.

No como en un concierto de Miguel Ríos, cuya entrada también guardo. Rodeados de miles de personas, sobre la hierba del campo de fútbol, estábamos una pandilla de amigos, todos bebiendo vino tinto y fumando hierbas medicinales al calor de una noche de verano. Comenzó a diluviar y después vinieron los relámpagos, tan seguidos que inundaban todo el estadio de luz y color casi de continuo. Parecían formar parte del espectáculo y más de uno y de dos los tomaron como efectos especiales. Hasta que una de las descargas alcanzó los equipos y el concierto se paró en seco. Instantes después un estruendo puso fin a la velada. Sin luz ni sonido, todo el mundo corrió a guarecerse de la lluvia intentando encontar una salida entre la multitud que corría a tientas. A algunos les pisaron la cabeza, a otros la tripa y a mi la bota de vino. No me hizo daño pero me dolió mucho porque era un regalo. Aunque hay que reconocer que a veces los recuerdos valen lo que uno paga por ellos y no creo que a ninguno se nos olvide jamás aquella noche agridulce. Así que guardo la entrada, en algún sitio, no tan a mano como el recuerdo .

Y creo que ésta también la guardaré. Aunque si no os gusta se puede borrar solo era una práctica.

Salud y felices entradas

José Luis Santamaría

Gracias a la Creadora del blog por su trabajo y buenhacer. Te alabamos. Bueno te alabo y no es que sea de Álava que entonces sería a la ves, o sea, ar mizmo tiempo de dos sitios y eso todavía no lo he conseguido, salvo en Brasil donde una vez me tomaron por nativo (los hay como mantas) ...bueno, pa otra entrada (gratuita).

Enero 2011