domingo, 26 de agosto de 2012

Llocura de vieyu


Imagen: Raquel Márquez Quintero

¿Era tan viejo cómo su cara delataba?  Porque cuando se detuvo junto a la farola, su forma de apearse de la antigua bicicleta fue ágil. Ceferino, entró en el banco y esperó su turno. En caja retiró quinientos euros.
Estaba decidido, con la paga de Navidad que había ahorrado entera, iba a comprase aquel televisor moderno que vio en el escaparate. Sí, quizás era una locura, como le había dicho su amigo José cuando le reveló su sueño: le hacia ilusión tener una tele plana, de esas modernas y tan grande como un cine.
―¡Tas llocu! Eso ye una llocura de vieyu  ―dijo, poniendo el grito en el cielo. Tras una acalorada conversación, que finalizó recordando la primera vez que entraron juntos en el cine Los Campos, José pasó a ser el rendido cómplice de su capricho secreto.
Ceferino, salió del banco abstraído en el enredo de sus pensamientos. “Si viviese su mujer irían juntos a la tienda, ella tenía mas desparpajo que él y pediría descuento. No lo diría a sus nietos, tampoco a sus hijos, se lo quitarían de la cabeza, esta vez, no estaba dispuesto a que le arrebatasen su ilusión. Le asaltó una duda ¿sabría él utilizarla?, pero rápido la descartó ¡ya aprendería! Los vecinos, que tienen estudios, y le enseñaron a usar el calentador nuevo de gas, se lo explicarían”.
Cerca del corazón, en el bolsillo interior de su chaqueta de pana marrón, percibía la cartilla del banco; sonriendo, pensó en el billete que estaba junto a ella. Cuando lo recogió en el mostrador, lo observó durante tiempo, nunca había visto uno igual, era de un color diferente y estaba nuevo. Ceferino se tomó su tiempo. Con la vista ya muy cansada a sus 97 años comprobó los números, a la vez que un poco desconfiado, y cuando vio “5oo”,  por fin, lo guardó.
Aun estaba en la esquina, al lado del banco. No supo muy claro que es lo que ocurrió, todo fue muy rápido…, casi irreal, sintió que chocaban contra él y de repente palpando de forma repetida con su mano izquierda el bolsillo por fuera, comprendió  que le habían robado. Le faltaban: la cartilla de ahorros y el precioso billete morado. Aquel hombre que huía, se llevaba su ilusión. Subió a la bicicleta  y se lanzó tras él gritando: ―¡ladrón, ladrón!―, no pensó que el joven era fuerte y le podría hacer daño, sólo sabía que era quien le había robado. No sintió fatiga ni dolor en las piernas,  en su cerebro una única idea: aquel hombre se llevaba su ilusión, quizás su última ilusión; y pedaleó más y más. Cuando estaba a punto de alcanzarle, el ratero se subió a un taxi. El anciano siguió tras él, pero el coche se alejaba a velocidad, Ceferino, comprendió que ya no podía hacer nada y desistió. En la acera, entre transeúntes desconcertados, su vecina atónita, contemplaba el final de la persecución y corriendo se acercó a él, tras una entrecortada explicación, ella desde su teléfono móvil informó al 091.
La semana pasada, le entregaron a Ceferino un aviso para ir a comisaría. En la policía, comprobó sorprendido que le conocían y felicitaban por su valentía. Ya en el despacho del Comisario, y mientras le estrechaba la mano, le explicó que se detuvo al delincuente y que el Juez dictó un auto para que se le devolviese su dinero.

En la actualidad, algunas veces sale en la prensa y la gente le trata como a un héroe. No le gusta esto. Hasta vienen periodistas a entrevistarle mientras trabaja en su huerto cómo siempre, desde hace tanto tiempo que ni se acuerda cuando comenzó a plantar porque no le alcanzaba su sueldo. Tiene la impresión que todo el mundo se empeña en interrumpir sus pensamientos, su rutina. Él, sólo quiere tranquilidad.
Y  es que ahora, los días de Ceferino tienen una meta: entrar al atardecer en su salón. Porque allí…,  le espera… su secreto.

Mara A. Loredo
Publicado en Revista "Vivencias" (Julio 2012)