Sin saber por qué ni cómo, tras toda una vida de libertad,
siguiendo una llamada interior, un buen día inició el camino de regreso. Algunas
veces la intuyó, pero nunca le había hecho caso. Aquella vez fue tan imperiosa
que no pudo sustraerse.
Recorrió kilómetros y kilómetros atravesando todo tipo de
obstáculos. Llegó al que era su irrenunciable lugar. Por fin frente a él tenía
su ansiado río.
Sus raíces lo saludaron dándole la bienvenida.
¡Estaba allí, saltando nuevamente entre las piedras de su
infancia! Con la mirada de adulto reconocía los profundos remansos, cada
recoveco del río, las cascadas con el cantarín sonido que lo meció en la
primera etapa de su vida, los desniveles con los añorados rápidos entre los que
tanto jugó saltando arriba y abajo, cada piedra, cada árbol…, la tonalidad ambiental,
el sabor del agua.
De repente, no supo qué le ocurría: algo lo llevaba, lo
arrastraba contra su voluntad; y él, que tenía el destino grabado en cada célula
de su cuerpo, en su color, en su brillante piel, pugnando por sobrevivir,
comprendió que estaba llamado a ser importante. Rompería con su irremediable
sino de acabar sus días en el primer tramo del río, finalizaría luchando de
forma valiente, igual que había vivido. Luchó… luchó…
—Sí, seré el Campanu de este año.
Cuando lo decidió, se dejó vencer.
Mara A. Loredo
Mara A. Loredo
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