Las doce de la noche. La luna estaba oculta tras nubes espesas y entonces la oscuridad aterraba. El vampiro abandonó su féretro en busca de victimas que le proporcionaran alimento. Se puso su capa negra y avanzó hacia la biblioteca del gran castillo amurallado. Sus pies apenas tocaban el suelo, casi flotaba. Mostrando los colmillos marfilíneos y agudos parecía sonreír. Era un espectáculo macabro que pocos hubieran resistido. Sus ojos rojizos brillaban en la noche y lo conducían hacia sus objetivos.
Ascendió las escaleras del castillo que
conducían a la biblioteca, ligero sin hacer ruido; abrió la puerta aún con
la resistencia de los goznes, buscó… la D … Dickens, ¡aquí está! Y de
postre… La Dama
de las Camelias; algo hay en su tos sanguinolenta que me atrapa.
Una niña rubia, pálida, con grandes
ojeras esperaba a la puerta, se acercó a él, sonrió con unos colmillos que más
parecían de lince, bajó el camisón dejando libre el cuello, que le ofreció :”
bebe, estás desnutriéndote con tanta lectura”.
Ana Trelles
(Justas Literarias 2012)
(Justas Literarias 2012)
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