La puerta empezó a girar en el mismo momento que puso el pie
sobre la alfombra.
La fría luz blanca y el aire endurecido por acondicionador
contrastaban con el dorado y caluroso día del exterior.
Detrás de un largo mostrador de mármol, un recepcionista la
recibió con una amplia y estudiada sonrisa.
Era una suerte que no le gustara viajar.
La habitación con grandes ventanales y vistas al mar parecía
la foto del catálogo de una agencia de viajes.
Cada vez estaba más convencida de lo poco que le gustaba
viajar.
Cuando abrió la puerta del baño y junto a la ducha de
chorros multifunciones apareció el jacuzzi, no lo dudó.
Cruzo la calle, subió a su piso, metió cuatro cosas en el
bolso y se fue a pasar las vacaciones al hotel.
Decididamente, no le gustaba viajar.
Manuela González Arias
Publicado en la Revista Prímula (diciembre 2011)
Publicado en la Revista Prímula (diciembre 2011)
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