Te
conocí de niña
(tal
vez era domingo)
y
apoyada en la luz de la tarde
intentaba
ensayar un verso.
Recuerdo
que llegaste
sobre
un torrente de palabras
que
se hicieron caricias
al
resbalar sobe mi falda.
Las
sujeté fuerte entre mis manos
no
se fueran a esparcir por el suelo.
Luego
hubo un tiempo compartido,
empolvado
de aromas confortables
en
las locuaces primaveras,
y
cantos que hacían latir
a
los afligidos febreros.
Pero
hemos anochecido.
Las
palabras se han vuelto tan cansadas
que
se paran en las orillas
a
holgazanear entre los recuerdos,
temerosas
del chantaje del tiempo.
Una
extraña mañana
de
luz helada
el
huerto murmuró
que
en la noche tus pasos
navegaban
inquietos.
Y
el farol desveló
que
en la noche tus ojos
hilvanaban
anhelos.
Al
fin el eco susurró:
te
habían seducido
las
enaguas tan blancas de la luna.
Ahora,
cuando la tarde va cayendo
vestida
de una noche seductora,
Ella
te cita
en
la loca oscuridad de una plaza,
y
su larga cabellera de nubes
la
adorna con tu canto,
tu amor,
tus versos.
Paloma
Muro de Zaro
Publicado en la Revista Prímula (Junio 2012)
Publicado en la Revista Prímula (Junio 2012)
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