Acababa de probar la perfección. Aquel vaso contenía el deseado aroma, su ideal de
sabor, el color soñado ¡Estaba allí! Sus vacaciones se habían truncado.
Todo comenzó cuando su
mujer se encaprichó por conocer el Norte de España. A él no le apetecía mucho
el destino, pero accedió por no aguantar su enfado. Así llegó a Asturias. Le
habían comentado que tenían sidra, la probaría,
nunca imaginó que pudiera ser mejor que la que él producía en su château de La Bretagne. Distraído ,
observaba cómo antes de descorchar la botella el camarero la agitó para
dispersar el poso cuando, displicente, tomó un trago y se encontró con la
perfección.
Su mente ya no pudo dejar
de pensar en aquella sidra. Quiso saber, compró libros, botellas, se documentó
sobre el proceso, no podía ser todo tan trasparente… tenía que conocer el
secreto. Deseaba la fórmula, la compraría. Aquella excelencia debía formar
parte de su marca. Lo lograría costase lo que costase.
No continuó sus
vacaciones, su esposa enfadada sí lo hizo.
Los abogados, fracasaron
en las conversaciones con los dueños de diversos llagares en la compra de la
fórmula, ya que todos ellos insistieron una y otra vez en que era natural, no
había secretos. Pero no les creyó, no sabían con quien trataban. Él no conocía
barreras en su ambición. Contrataría espionaje industrial. Robaría la fórmula.
El espía que tenía delante
era el mejor. Aquella misma mañana había llegado. Se citaron en un
establecimiento con el suelo alfombrado de serrín que los lugareños llamaban
“chigre”. Eran las dos de la tarde, todo el mundo bebía por los enormes vasos y
cada grupo por el mismo, ¡Mon Dieu!. ¡Ah,
rústicos! ¿Por qué tenían cara de ser felices? Bebían, reían, tiraban el
sobrante al suelo. ¡No entendía nada! Echaban esa perfección olfativa desde lo
alto contra el borde de los vasos, y la espuma, aquella espuma... ¡Eran gentes
diferentes!. Pero algún poder tenía esa magistral fórmula porque lo elaborado
en su cuidada y moderna bodega, nunca, que él supiese, había producido esos
efectos de alegría en su clientela. Una punzada de envidia le atravesó el
pecho. La fórmula sería suya.
“No ha sido difícil, son
muy confiados”, comentó el sicario, cuando tras un exhaustivo trabajo por los
principales llagares le entregó el modo de elaboración con todo detalle,
anotaciones y discos informáticos.
Perfecto; lo había logrado. Ya no existían
secretos para él. Curioso detalle, también eran asépticos y cuidadosos en la
elaboración.
Regresó a su empresa y
movilizó a toda la plantilla de físicos y químicos del laboratorio. Su marca
sería la admiración de la zona, y la sidra, su sidra, la mejor del país.
Preside el Consejo de Administración
reunido ante él en el espacioso despacho del château. Será el gran día tras meses de arduas investigaciones de
los físicos y químicos que han trabajado con los datos. Seguro que le
concederán la ampliación de capital que piensa solicitar cuando prueben el
primer néctar que servirán hoy. Mientras aguarda que llegue el equipo de
elaboración para servir la cata, recuerda el inicio de la aventura que está a
punto de encumbrarle a lo más alto.
La puerta del despacho se
abre. Entra el jefe de laboratorio. Su rostro refleja una extraña expresión y
la bata blanca destaca su palidez. Le siguen todos los ayudantes. Él, advierte
cierta tensión en el ambiente.
―Necesito hablar con
usted en privado ―dice casi en un susurro el recién llegado.
―No se preocupe ―responde
él sonriente― lo que tenga que hablar,
dígalo aquí, no tengo secretos para el Consejo. Usted dirá.
Paso a paso tiene que escuchar incrédulo, las explicaciones del
químico: los ácidos orgánicos como el málico… la transformación bioquímica de
los polifenoles y su repercusión sobre el color, el aroma… los descriptores
sensoriales relacionados con la espuma… la regulación de la población de
levaduras… las variables físicas de la concentración de azúcares y
macromoléculas… la fermentación natural…
Conclusión: La sidra se
agria, los discos informáticos se borran, las notas delante de sus ojos se
vuelven invisibles.
Y fue entonces, delante
de todos, sin poder evitarlo, cuando lo que creía iba a ser la consolidación en
el sector, se convierte en su derrota.
―Lo hemos intentado por
todos los medios a nuestro alcance, pero al final los resultados son imposibles
―comenta apesadumbrado el jefe de laboratorio―. Creo, señor, que cómo dicen en
la tierra de donde trajo los datos, los resultados no son de bandera sino puxarra.
¿Cómo osa decirle
semejante cosa este estúpido empleado? Mientras los ayudantes asienten, sus
pobres oídos también tienen que soportar
algo inverosímil, lo más ridículo que jamás se les ha dicho a los condes de
Destrailleaux, título del que él era, hasta ese día, orgulloso heredero.
―Una leyenda cuenta que
la sidra asturiana elaborada fuera de sus fronteras está protegida por sus
Duendes y…, señor, creemos que es la realidad. No podemos elaborarla.
Mara A. Loredo
Publicado en Revista "Vivencias" (diciembre 2011)
Publicado en Revista "Vivencias" (diciembre 2011)
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