—¡La madre está muerta!
Cuando el avión aterrizó en
Barajas, ella sabía que sus tres meses de turista, eran una excusa para escapar
de la miseria de su tierra. Atrás quedaba su pueblo de Medellín, en Colombia,
donde la vida valía muy poco. En compañía de algunos compatriotas, pasó los
primeros días en España, hasta que encontró trabajo como sirvienta, en casa de
unos señores muy importantes. Aquella familia le gustó y estaba dispuesta a
trabajar duro, anteriormente, había sido instruida por una compatriota de cómo
debía comportarse. A los pocos días se movía por aquella casa como si fuera la
suya. Sin embargo, en silencio pensaba que, en unas dimensiones como las de esa
casa, en su pueblo vivirían varias familias juntas.
Meses después, descubrió la
mirada seductora he insistente de aquel joven, pronto supo de sus intenciones,
pero estaba preparada para no sucumbir a ningún halago.
—Tu mundo es otro, no lo olvides— le había
dicho su amiga.
Sin embargo, la tentación vivía bajo el mismo
techo, y él cada vez regresaba más temprano a casa. De las miradas pasó a las
palabras, y estas bien estudiadas hacían en la joven el efecto deseado por él,
hasta que ella le dejó dormir en su cama entregándole su amor y juventud.
Pero
toda la felicidad que sentía se convirtió en angustia cuando la regla no acudió
a su cita, y luego otra segunda falta.
¿A
quién contarle su estado?—pensaba— a su amante por supuesto que no, ella sabía cuál
sería su respuesta, a su amiga cómo decirle que todas sus palabras no sirvieron
de nada, ¿a dónde acudir? pensó en organismos oficiales pero era una sin
papeles, una ilegal en un mundo tan legal, y no quería volver a la miseria de
su país.
Metida de lleno en una
terrible angustia, poco a poco todos sus proyectos se volvieron nada, mientras
su barriga seguía engordando ajena a sus miedos.
—Búscate
la vida lejos de mí: lo que me faltaba, una sudaca preñada en mi casa.
Esta había sido la
contestación de aquel joven que, poco tiempo atrás era tan atento y
comprensivo. Junto al desprecio ella comprendió lo fácil que es engañar y
fingir, ahora se daba cuenta de la razón que tenía su amiga. Ella era una
“sudaca” sin derecho ni siquiera a estar embarazada.
Una vez más sus compatriotas
la ayudaron. Hacinados vivían su aventura española, su paraíso prometido, tan irreal y tan falso. Ella cada
vez estaba más gorda y el día del acontecimiento se acercaba, para subsistir
acarreaba un carrito repartiendo publicidad por los portales.
Pero algo la inquietaba
enormemente, ¿dónde dar a luz? ¿Dónde sentir ese placer de ser madre? Lo veía
todo tan difícil, tenía tanto miedo a ser expulsada de España. Era una ilegal
que sólo quería vivir mejor. Ese era su gran delito pero suficiente para
amargarle la vida. Aquella tarde el reparto se le hizo más pesado de lo
habitual, el embarazo llegaba a su fin. De pronto se encontró atrapada en la
noche, lejos de sus amigos y del pequeño local que era su casa. Sintió como el
dolor aumentaba, y sentada en aquel banco esperaba que éste fuese pasando y
pudiera llegar al otro extremo de la ciudad. Se levantó pero sólo podía caminar
muy encogida, así poco a poco fue acercándose a la entrada de aquel
supermercado, pensó que al menos no se mojaría. Sabía que allí pasaría esta noche
que debía ser maravillosa, y que sin embargo, comenzaba como una pesadilla.
El dolor del parto era ya
muy intenso y supo que su niño quería nacer, allí sola iba a ser madre. Cuando
el agua mojó sus piernas y sus ropas, el mundo comenzó a girar y a punto estuvo
de perder el conocimiento, pero el frío la mantuvo en vela. Acurrucada sobre si
misma encima de unos cartones, y cubierta con un viejo abrigo, se dispuso a
esperar el momento, muy lejos de los suyos.
Cuando llegó la hora pujó
fuerte como le habían dicho, entonces de pronto sintió como si su interior se
desgarrase totalmente, y el niño apareció entre sus piernas. El llanto le
confirmó la noticia de una nueva vida. Mientras, ella quizás por el esfuerzo
perdía la visión y el mundo otra vez giraba a su alrededor. Después pasado un
tiempo tuvo conciencia de lo sucedido, y mirando a su pequeño pensó que era
precioso.
Con el cuchillo que llevaba
para abrir los paquetes de publicidad, cortó el cordón umbilical y lo ató.
Después acarició a su niño y limpió su cara, mas otra vez la visión le fallaba.
Con sus ropas viejas envolvió aún más a su pequeño al que notó frío. Pero esta
ropa no era suficiente, entonces se despojó de su último jersey y abrigó a su
hijo. Así al menos él se salvará, pensó.
Ella alumbró una nueva vida
mientras la suya se escapaba; lo supo al ver la sangre que manchaba sus piernas,
sabía que se desangraba y no tenía a quien acudir. En un último acto acercó el
niño a su cuerpo aún caliente y se abandonó a su destino.
—¡La madre está muerta, pero el niño vive! —dijo
el médico de la ambulancia.
José Ramón López Goyos 2º Premio en el III Concurso de Relatos Breves "El folio el malva".Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento de Castropol.
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